Aquella noche el cielo era de un negro uniforme, como una lastra de mármol, sin un rasgo de luz, cielo sin estrellas cielo sin alma, como si estuviera reflejando las sensaciones de Gemma.
No sabía porque se sentía así ¿no debería sentirme feliz? Pensaba.
Acababa de conocer el hombre de su vida, de ver realizarse su sueño: encontrar alguien que la amaba, alguien que quería ser amado, pero él estaba en retraso, y la espera la estaba poniendo nerviosa, algo chocaba en aquella situación de paraíso.
Conocía aquel hombre solo de ayer, pero era como si se conocieran de siempre y le daba una sensación de confianza, no parecía el tipo de hombre que te dejan plantada, entonces ¿Por qué todavía no había llegado? ¿Dónde estaba, que había pasado?
Llevaba esperando casi una hora, y de él ni sombra, pero le quedaba el olor de su piel en las narices, y la sensación maravillosa de sus manos que corrían por su cuerpo, y su sonrisa gradaba en los ojos: recuerdo de la noche anterior, cuando se encontraron, se conocieron, olvidaron sus respectivas vidas por una noche y se amaron hasta el amanecer.
Nunca le había pasado en su vida conocer un hombre como él, no solo por su sonrisa tan bonita, ni por su manera de ser tan sencilla y tan misteriosa al mismo tiempo, hombre de esta madera hay algunos, no muchos, pero a veces se pueden encontrar, pero él había, no, era, todavía algo más.
Le entró dentro. Su ser tan directo y su falta de miedo a enseñarle su alma, su ser si mismo, siempre, también con ella, una desconocida, una chica mucho más joven e ingenua, pero, quizás, la única en grado de comprenderle, la única para la cual ser si mismo no era un esfuerzo, sino una liberación.
Habían hablado.
Había sido como cuando el cielo habla con la luna, como el viento con la tierra, como una madre con el hijo que tiene en grembo, como dos amantes, como dos amigos.
Eran dos almas gemelas.
Lo habían entendido desde el primer momento en que se vieron, cuando sus miradas se cruzaron y sus vidas ya no podían volver a ser las mismas.
Aquella noche el tiempo pasaba despacio, como en una pesadilla, Gemma seguía esperándole al puerto, donde la mañana se habían dato cita para verse otra vez, y disfrutar de la compañía el uno del otro, y respirarse la piel, y comerse las lágrimas…pero él no llegaba.
Empezaba a sentir frió: la niebla se levantaba del mar como una manta que intente cubrir con su abrazo glacial toda la ciudad, y de allí Barcelona lucía de un brillo desconocido, nuevo, misterioso ¿o era ella que miraba las cosas con ojos distintos?
Quizás, ojos de enamorada.
Ojos que pueden encontrar la felicidad solo mirando otros ojos, como en un espejo.
Gemma tenía en las manos una bufanda azul que él le había dejado aquella mañana para abrigarse por el viento, repensándolo había sido muy cariñoso por su parte.
No obstante el hielo no quería ponérsela, no quería confundir el olor que desprendía con otros banales olores que no le pertenecían, olores que la dejaban enganchada a su vida de siempre, quería que el perfumen a mar de Paco la acompañase para toda la noche, para el resto de su nueva vida.
Las estrellas quedaban escondidas, el viento le rascaba el rostro y estaba extenuada, llevaba casi toda la noche esperándole en el puerto.
Ahora estaba sentada en un rincón, pensando en él, en su cercana llegada, soñando con sus manos que se le acercaban a la cara e le acariciaban las mejillas, con su boca mientras le besaba, con su cuerpo fuerte mientras la abrazaba y la amaba, y le devolvía la vida, con su alma, mientras se fundía con la suya.
Se acercaba otro amanecer, esta vez sin él.
Gemma se levantó, no había venido y no iba a venir.
Que ingenua había sido, como había podido pensarlo, probablemente un hombre así tenía familia, una mujer mucho más guapa, un par de hijos, cosas más importantes que una chica de 23 años conocida por casualidad una noche de febrero.
Se acercó a la terraza: daba al mar, quería mirar el sol nacer.
Era exasperante saber que mientras su alma se moría el mundo seguía con vida. Todo quedaba allí, en una lagrima, su mano dejó caer lentamente la bufanda azul, deshaciéndose de todo, ahora solo quería olvidar, curar cuanto antes la herida.
Cuando su mirada se paró hacia el mar rompió a llorar.
Se sentía desesperada, abandonada, todo había sido la ilusión de un momento, como las estrellas fugaces del verano, como una flor de campo en una tormenta.
Nunca había pensado en serio en una vida juntos, nunca se había interesado de verdad en ella, desde el primer momento todo había sido una inmensa mentira, había actuado solo para que se acostara con él, como un araña a caza de su apetitoso mosquito, había tejido su telaraña sin amor, sin pasión y ella había caído en su engaño.
Nunca la había amada.
Gemma no paraba de pensar que el amor no podía existir.
Si solo hubiese sabido que él había muerto corriendo a por ella…
venerdì 2 maggio 2008
CIELO SIN ESTRELLAS CIELO SIN ALMA
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